En el 20 aniversario del Frente Cívico pro Defensa del Casino de la Selva

“¿Le gusta este jardín que es suyo? ¡Evite que sus hijos lo destruyan!”

I

            El movimiento por el rescate del Casino de la Selva ha sido paradigmático y ejemplar. En él participaron miles de personas y decenas de organizaciones no gubernamentales que protestaban contra su destrucción y por sus derechos colectivos, ambientales y culturales. En el trascurso de los 3 años de lucha se efectuaron marchas, plantones, carteles, tocadas, boicots, murales, performances, videos, toma de oficinas, talleres para niños y adultos, reuniones diarias abiertas a la ciudadanía…

El 7 de julio de 2001, en los inicios del sexenio de Vicente Fox, empiezan las voces de alarma relativas a la venta – por demás sospechosa – del predio del ex Casino de la Selva por parte de la Secretaría de Hacienda al grupo transnacional CostCo, para construir 2 megatiendas con un estacionamiento común de 1210 cajones.

Ante el absurdo de este proyecto, los miembros del Consejo Ciudadano para la Cultura y las Artes de Morelos pedimos la intervención del flamante director del Instituto de Cultura, Alfonso Toussaint, a fin de proteger el patrimonio artístico ubicado en el predio. Éste responde que su tarea se limitaba a ”proteger los derechos de autor.”

            El 9 de julio, los comerciantes del mercado Adolfo López Mateos rechazan también la construcción de las dos megatiendas; con ellos y con los guardianes de los árboles conformamos en escasos quince días el núcleo inicial del Frente Cívico pro Defensa del Casino de la Selva.

El 13 de julio, ni tardo ni perezoso, CotsCo inicia la destrucción de la obra de Félix Candela con sus murales, provocando actos de protesta por parte de la ciudadanía; ya ahogado el niño y ante la santa indignación de Sara Bermúdez (Conaculta) e Ignacio Toscano (IMBA), el ayuntamiento detiene las obras de demolición, mientras que Sergio Raúl Arroyo, titular del INAH, ordena la suspensión de los permisos de construcción mientras se realizan las exploraciones de los vestigios arqueológicos.

La secretaría de Hacienda calla prudentemente: ¿cómo explicar que hayan vendido en 10 millones de dólares y como terreno baldío un predio que contenía obras de arte evaluadas en más de 500 millones de pesos?

El 9 de agosto, pese a todas las manifestaciones en repudio al proyecto CotsCo-Gobierno, el municipio otorga el permiso de demolición y al año, después de que las obras artísticas y arquitectónicas habían sido destruidas por el capitalismo global, concede también el permiso de construcción sobre sus ruinas.

            Al año –un año de luchas intensas, constantes y creativas, que granjearon al Frente las simpatías y la aprobación de la mayoría de los cuernavacenses y el apoyo de otros movimientos ciudadanos; un año en que el sueño de un parque cultural, tan necesario para la ciudad, parecía aún posible de realizar; un año, también, de doble discurso, de constantes retractaciones, de promesas incumplidas y de engaños por parte de las autoridades–; al año, digo, y en víspera de un plebiscito que podía cambiar los destinos del Casino de la Selva y que todos -pueblo y gobierno- sabíamos que nos sería contundentemente favorable, todos los permisos habían sido otorgados, brincándose olímpicamente las normas más elementales que cualquier otro ciudadano hubiera tenido que acatar.

            El 21 de agosto del 2002, después de 65 días de plantón y 3 días de ayuno por parte de los integrantes del Frente Cívico pro Defensa del Casino de la Selva, los guaruras enviados por el gobierno del Estado de Morelos y pagados con los impuestos de la ciudadanía, arremeten arteramente en contra de los civiles inermes, golpeando y encarcelando a los que luchaban para que el predio del ex Casino de la Selva se destinara a un parque ecológico-cultural público, a disposición de la población local y del turismo.

            La agresión a los derechos culturales, ambientales, sociales y políticos de los morelenses es llamada entonces, en el doble discurso del régimen panista, “estado de derecho”; pero con ello, el gobierno se hace acreedor del repudio popular, claramente manifestado en la multitudinaria marcha que aglutinó ciudadanos y pueblos de Morelos y a la que siguieron casi 3 años más de lucha intensa y tenaz que culminó con el desalojo del plantón instalado dentro del mismo palacio de Gobierno.

II

            El Casino de la Selva era un predio urbano de 9,5 hectáreas, rematado por el Estado en menos de mil pesos por metro cuadrado. En él se encontraban:

  • un acervo de obras de arte del siglo veinte que ha sido saqueado y mutilado por la barbarie mercantil.
  • una reserva ecológica de 500 árboles, algunos de ellos centenares, ya talados
  • un manantial (el de Teoamanalco: el manantial de los dioses) que fue por mucho tiempo la principal fuente de agua pura de Cuernavaca, cubierto ahora de cemento
  • una zona arqueológica clasificada como sitio de Gualupita, con vestigios de la cultura formativa, es decir olmeca, del valle de Cuernavaca, fatalmente dinamitada.
  • la memoria viva de bodas y fiestas familiares, eventos sociales, representaciones teatrales, conciertos y exposiciones.

            El Casino de la Selva era el lugar recorrido por Malcom Lowry y sus personajes de “Bajo el volcán”, el asiento de los paraboloides de Félix Candela y de los murales de Reyes Meza, el Dr, Atl y José Renau, entre otros. Ahora, todo ha sido irreversiblemente borrado de nuestra memoria colectiva y con su devastación, el acceso a la historia que enriquecía nuestro futuro ha sido truncada.

            Defender nuestros patrimonios -los bienes tangibles e intangibles que por razones históricas o naturales han llegado a hacer parte íntima de nuestro espacio vital y de nuestras memorias colectivas, como bosques, manantiales, monumentos, obras de arte, mercados, lenguas, fiestas, tradiciones)- defender nuestros patrimonios, repito, es reivindicar una manera de vivir y una forma de ser. Por esto “debemos rescatar el derecho imprescindible del pueblo a vivir en sus propias huellas y cultivar su memoria para que ésta sea transmitida a las nuevas generaciones”.

            Esta transmisión es el meollo de la tradición, decía el arquitecto urbanista Jean Robert; mas lo peor era, para él, el decaimiento del mercado y de los pequeños y medianos negocios que la destrucción del Casino iba a ocasionar. El Casino de la Selva era un eslabón en la textura urbanística que comprendía el parque Melchor Ocampo, los Patios de la Estación, el sitio arqueológico de Teopanzolco, el mercado tradicional Adolfo López Mateos y las calles que los unían, formando parte así del área comercial tradicional de Cuernavaca que compartía con los barrios aledaños y con el mismo mercado municipal.

            Al caer el Casino de la Selva, como bien lo previó el iniciador y elemento insustituible del movimiento, cayeron como piezas de un dominó “los otros eslabones de esta estructura urbanística para usurpar otros espacios y despojar otros sitios.” Al caer el barrio de Gualupita, las pequeñas tiendas quebraron y las redes de soporte mutuo se acabaron.

            La propagación de las llamadas “grandes superficies de venta” o megatiendas es un signo de degradación de la iniciativa económica local e implica la venta al mejor postor, sin atender la preservación de los usos de suelo, los empleos y el desarrollo de la capacidad productiva, la autonomía creativa de los barrios, la generosidad de las fiestas populares. El crecimiento anárquico del “tejido urbano” que caracteriza a las ciudades industriales es, para Jean Robert, un equivalente del cáncer.

            La proliferación de las megatiendas –decía – es “una colonización del porvenir”. Más que un signo de “modernidad”, la invasión de nuestra ciudad por supermercados y gasolineras es un atropello al derecho de la gente, “un signo más de una profunda derrota cultural y de una entrega sin retorno de nuestras aspiraciones y derechos a los poderes económicos”.

            ¿Realmente –se preguntaba- son necesarias más megatiendas que nos conviertan en consumidores pasivos de productos importados? ¿Necesitamos acaso más empleo caníbal, ese destructor voraz de la trama de soporte mutuo entre productores y consumidores locales que ha sido la base de una economía sana?

III

Se trató entonces de evitar la destrucción del patrimonio ambiental, histórico y cultural, de por sí pobre, de la ciudad de Cuernavaca, pidiendo la reubicación de la transnacional CostCo-Comercial Mexicana. Pensábamos que iba a recapacitar y a sensibilizarse a las demandas de los votantes, pero lejos de ello, el gobierno actuó abiertamente en favor de los inversionistas norteamericanos y de algunos huérfanos connacionales – como bien sabemos, el capital tiene dueño, no patria-.

¿Cuáles han sido nuestros argumentos? Además de las razones históricas y culturales que se plantearon desde sus inicios, las megatiendas “arrasan con las economías locales, destruyen el paisaje urbano, uniforman y promueven el consumo irracional”; son expendios de productos de importación, ocasionan la pérdida de empleos y pequeños comercios, y sus utilidades, gracias al Tratado de “Libre” Comercio, acaban en los bancos de Estados Unidos.

Por otro lado, mientras las Naciones Unidas incitan a plantear soluciones para evitar el recalentamiento del planeta, Cuernavaca autoriza y alaba la destrucción de las zonas arboladas, privilegiando los intereses comerciales. Por supuesto que se escuchan ya voces de alarma con respecto al descenso del turismo; ¿o se imaginan que los turistas vendrían a Cuernavaca para respirar smog y visitar megatiendas?

Hemos buscado inútilmente el diálogo y la confrontación pacífica; hemos creído en la fuerza de la razón sobre el interés económico, dando a los que nos gobiernan la oportunidad de reivindicarse, de escuchar las demandas populares y de salvaguardar los recursos naturales y los bienes culturales de nuestra ciudad; pero las autoridades han puesto oídos sordos a todos nuestros argumentos.

¿Por qué no hemos podido lograr un acuerdo con el gobierno? Simplemente porque los intereses de los ciudadanos comunes y los de las empresas transnacionales no coinciden, y si los que deberían representar nuestros intereses prefieren defender aquellos (y, evidentemente, los propios), una vez más será la sociedad civil la que deberá tomar en sus manos su defensa.

            Ante estos modernos adoradores del becerro de oro, Cuernavaca será, de ahora en adelante, la “ciudad de las megatiendas”.

En el 20 aniversario del Frente Cívico pro Defensa del Casino de la Selva:

PARQUE SÍ, COSTCO NO

Cuernavaca, Mor., 11 de julio de 2021

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