Publicado en Camino al Andar, Radio Zapatista y Radio Pozol, 3 de noviembre de 2022
Por Jorge Alonso

Fotos: Moysés Zúñiga Santiago
Introducción
La producción filosófica de Luis Villoro es amplia, profunda original y muy interpelante. Ha realizado análisis sistemáticos y cuestionamientos epistémicos fundamentales a conceptos como el hombre, el conocimiento, el poder, el valor, el sentido, la revolución, la justicia, la ideología, la pluralidad, la libertad, la interculturalidad y la democracia. Reinterpretó el renacimiento a través de la modernidad. Exploró el proceso ideológico de la revolución de independencia. Categorizó la cultura mexicana de 1910 a 1960. Dio cuenta de la pluralidad de culturas. Estudió los conflictos interculturales. Contrastó el Estado homogéneo con el Estado plural. Investigó el relativismo y el universalismo ético. Se adentró en la filosofía de la religión. Se preocupó por comprender los grandes momentos del indigenismo en México. Indagó el principio de la injusticia y los linderos de la ética. Incursionó en la identidad de los pueblos. Ahondó en los derechos humanos y los derechos de los pueblos. Mostró cómo era la libertad de la comunidad y descubrió la autonomía de los pueblos indios. Deambuló en una filosofía para un fin de época y en los retos de una sociedad por venir.
La revista Piezas dedicó uno de sus números para revisar sus aportes filosóficos. Héctor León apuntó que Villoro era un pensador que había hecho de la filosofía un estilo de vida, y que la suya había sido una vida de compromiso. Su filosofía fue un ejercicio riguroso y crítico, creativo y sensible. Se había referido a la justicia, a la democracia y a la igualdad no sólo como temáticas de pensamiento sino con la obligación de pensar la realidad en función de resolverla. Francisco Salinas destacó que el tema del indigenismo lo había abordado desde 1950; pero había hecho una autocrítica conforme profundizó en las realidades de los pueblos originarios. Gabriel Vargas Lozano señaló que Villoro había sido un gran pensador mexicano que profundizó en el pensamiento filosófico en forma creativa y buscó fundamentar las bases teóricas de un movimiento hacia una mejor sociedad. Analizó conceptos vinculados al movimiento zapatista. Resaltó el sentido de comunidad para superar los problemas propios del Estado-nación occidental. Enfatizó que toda su obra había estado dedicada a los indígenas de México. Carmen Villoro se refirió a su padre como un hombre optimista y luminoso que siempre había mantenido una preocupación por el otro y por el sufrimiento ajeno indagando cómo revertirlo. Habiendo tenido una idea de filosofía marcadamente académica, la interpeló frente a la opresión y en búsqueda de libertad. Recordó que desde muy joven su padre había tenido la preocupación de cómo sus ideas podían aterrizar en cuestiones de cambio y transformación social. Analizó que hubo un tiempo en que lo académico y lo político iban cada uno por su lado, pero que hacia el final los reunió. Recalcó que los zapatistas ocupaban un lugar muy importante y que lo filosófico y lo político social habían encontrado en el mundo zapatista el lugar donde converger. Y llamó la atención de que eso le había dado mucha alegría, una gran satisfacción y le confirmó que su vida había tenido sentido. [1]
La alternativa
Su hijo Juan se refirió a que en los homenajes que se habían hecho a su padre después de su muerte había prevalecido cierto diagnóstico académico. Se le reconocía que había analizado con lucidez el presente, pero se le criticaba que había caído en cierto romanticismo al atisbar a la sociedad por venir. Comentó Juan que en un clima dominado por el pragmatismo y el temor a las utopías, concebir un mundo que no existía podría parecer un anhelo desmesurado, pero que no había sido otra la tarea de la filosofía desde Platón a Giorgio Agamben, pasando por Charles Fourier y Simone Weil. Cuando presentó el libro de su padre que se difundió inmediatamente después de su muerte, titulado La alternativa, Juan resaltó que no era un libro que estuviera dialogando con la academia, sino de alguien que quería comunicar un saber de manera inmediata. Y llamó la atención de que su prosa de aparente sencillez, tenía que ver con el contacto con las comunidades indígenas y que se expresaba desde la sabiduría acumulada. Ese libro criticaba el orden y el lenguaje del capitalismo y neoliberalismo y proponía iniciar con otro mundo distinto al dominante, explicando por qué un Estado monoétnico es un absurdo y sostenía que otra democracia más profunda que la meramente procedimental era urgentemente necesaria. A partir de la experiencia de las Juntas de Buen Gobierno en la zona zapatista el libro mostraba cómo se podía pasar de una democracia representativa a formas más directas de mando colectivo. Al interrogante de si podía la política coexistir con la ética la respuesta era afirmativa con la condición de que el ejercicio del poder sirviera a la comunidad y no fuera un fin en sí mismo.[2] En este libro se difundió el profundo intercambio epistolar sobre ética y política entre el vocero del movimiento zapatista el Subcomandante Marcos (SupMarcos) y don Luis Villoro.
El primer intercambio epistolar
La primera carta proviene de la pluma del SupMarcos a mediados de febrero de 2011. [3] Se refiere a las guerras y de manera particular a la guerra desatada en México por el presidente Calderón. Marcos anota que como todas las guerras de conquista viene desde el poder. Recalca que es una guerra perdida porque fue concebida para respuesta a una legitimidad cuestionada. Pero sus efectos son nefastos porque está destruyendo el último reducto que le queda a una Nación: el tejido social. Marcos anota que la identidad colectiva de la Nación está siendo destruida y está siendo suplantada por otra. Cita una entrevista que hacía años le habían hecho a Luis Villoro donde el filósofo dijo que una identidad colectiva no era más que una imagen que un pueblo se forjaba de sí mismo para reconocerse como perteneciente a ese pueblo, y que se refería a aquellos rasgos en que una persona se reconocía como perteneciente a una comunidad, mientras dicha comunidad aceptaba a esa persona como parte de ella. La imagen que el pueblo se forjaba no era necesariamente la perduración de una imagen tradicional heredada, sino que generalmente se la forjaba el individuo en tanto pertenecía a una cultura, para hacer consistente su pasado y su vida presente con los proyectos que tenía para esa comunidad. La identidad no era un simple legado que se heredaba, sino que era una imagen que se construía, que cada pueblo se creaba, y por lo tanto era variable y cambiante según las circunstancias históricas. Hasta aquí la cita de Villoro. Marcos proseguía argumentando que lo que existía en esos momentos era una imposición, por la fuerza de las armas, del miedo como imagen colectiva, de la incertidumbre y la vulnerabilidad como espejos en los que esos colectivos se reflejaban. De esta guerra no sólo resultarían miles de muertos, sino jugosas ganancias económicas. Pero lo que conllevaba era una nación destruida, despoblada, rota irremediablemente.
En su primera respuesta en febrero Villoro aludió que realidad en las guerras no podía hablarse de vencedor o vencido ya que, desde el punto de vista humano, con las muertes, la sangre derramada y la destrucción material, ambos bandos resultan perdedores. Estaba de acuerdo en que la guerra del gobierno era impuesta desde arriba y producto del capitalismo. Apuntaba que en la guerra calderonista no se pretendía destruir al contrario en su sentido clásico, sino que se trataba de una guerra para anular el terreno de la realización y las posibilidades populares. Mientras en el capitalismo regía el individualismo, en la alternativa zapatista surgían valores comunitarios que representaban a la persona en su individualidad y se realizaban en una comunidad.
El segundo intercambio epistolar
La segunda carta de Marcos apareció el mes de abril. [4] Decía que la guerra de arriba seguía y que su paso de destrucción pretendía también que se aceptara ese horror cotidiano como si fuera natural e imposible de cambiar. Como si la confusión reinante fuera premeditada y pretendiera democratizar una resignación que inmovilizaba, que conformaba, que derrotaba, que rendía. Pero cuando se organizaba la confusión y se ejercía conscientemente la arbitrariedad, era preciso tratar de desorganizar esa confusión con la reflexión crítica. Marcos tocaba algunos de los puntos que Villoro le había dado en su respuesta. Decía que la reflexión crítica estaba aparentemente estancada. Que el heroico esfuerzo de colectivos anarquistas y libertarios por sustraerse de la lógica del mercado capitalista era efecto y causa de un pensamiento radical. Y que el futuro tenía su apuesta principal en los pensamientos radicales. Las organizaciones sociales de izquierda independiente resistían. Los pueblos originarios sabían de dolor y lucha y mantenían la resistencia. Estaba la digna rabia de las madres y padres de asesinad@s, desaparecid@s, pres@s; y recordaba que en este país no pasaba nada hasta que las mujeres decidían que pasara. También se refirió a la indignación cotidiana de obrer@s, emplead@s, campesin@s, indígenas, joven@s frente al cinismo de los políticos sin distinción de color. Existía una persistente lucha por la libertad a l@s pres@s polític@s y la presentación con vida de los desaparecidos.
Marcos destacó que en su respuesta Don Luis tocaba el tema del individuo y del colectivo. Dijo que una añeja discusión de arriba los contraponía y había usado para hacer la apología de un sistema, el capitalista, frente a las alternativas que surgían como resistencia. Había que tener en cuenta que los anhelos fundamentales de todo ser humano eran mejor vida, más libertad, mayor conocimiento, los cuales podían alcanzare en un colectivo, o dicho de otra forma, no podían alcanzarse sin el colectivo. Porque acabar con la arbitrariedad, desorganizar la confusión y parar la guerra eran tareas colectivas. Esas reflexiones colectivas no pretendían alcanzar la verdad general, pero sí trataban de alejarse de la mentira unánime que desde arriba se trataba de imponer. Realizó una dura crítica a la partidocracia. Marcos planteaba que el mundo como se conocía sería destruido. Primero vendrían movilizaciones espontáneas, violentas y fugaces. Luego sobrevendría un reflujo, pero después surgirían nuevos levantamientos, pero organizados porque participarían colectivos con identidad.
Villoro dio su segunda respuesta en abril diciendo que estaba de acuerdo en la lucha contra la partidocracia. Recordó que los zapatistas eran conscientes de que la responsable de la injustica era en último término la voluntad de poder, por lo que era muy loable que los zapatistas hubieran proclamado que su objetivo no era la toma del poder sino el despertar de la gente contra ese poder. Apuntó que habían abierto una nueva vía al mostrar que la voluntad de los pueblos iba más allá de las elecciones. También Villoro enfatizó su acuerdo en dar prioridad a la ética en la política. Consideraba que el punto de partida debían ser las experiencias particulares presentes de marginación e injusticia.
El contexto del movimiento contra la guerra y a favor de una auténtica paz

Marcos había dicho que esperaba que la legendaria tenacidad del poeta Javier Sicilia, así como estaba convocando la palabra y la acción de los zapatistas, alcanzara a agrupar las rabias y dolores que se multiplicaban en los suelos mexicanos. Había dicho que había muchos colectivos a quienes no les interesa ya ni cambiar ni renovar a una clase política parasitaria. No querían cambiar de amos, sino vivir sin ellos. A la marcha convocada por Sicilia desde Cuernavaca hacia la ciudad de México, Marcos le respondió que los zapatistas se sentían convocados y responderían al llamado contra la guerra marchando en San Cristóbal de las Casas y llevarían carteles con los mensajes: “Alto a la guerra de Calderón”, “No más sangre” y “Estamos hasta la madre”. Respondiendo al llamado de Sicilia de nombrar a las víctimas, los zapatistas dirían los nombres de las niñas y niños muertos en la guardería de Hermosillo, a quienes no se les había hecho justicia. Los zapatistas sabían bien que nombrar a los muertos era una forma de no abandonarlos y de no abandonarse los vivos. Más de 15 mil zapatistas marcharon en San Cristóbal de las Casas el 7 de mayo. Fue la manifestación más numerosa que se recordaba allí desde 2001 cuando arrancó la llamada Marcha del Color de la Tierra. Fue la primera vez que los zapatistas se sumaban a una convocatoria de fuera de su movimiento. Zapatistas tzotziles, tzeltales, tojolabales, choles, zoques y mames llevaban mantas en las que se solidarizaban con el dolor de los familiares que han perdido seres queridos en la cruel guerra de Calderón. Dieron vivas a la vida, la libertad, la justicia y la paz y hubo discursos en sus diferentes lenguas.
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